jueves, 13 de septiembre de 2007

Este mes no.!


Voy en un micro, no sé por que tomé esta y no otra. El viento de la ventana derecha me despeina la barba y la cabellera. Voy por Avenida La Feria. Miro mis manos gastadas y recuerdo que soy obrero. Miro la hora y día en el reloj y recuerdo que es feriado, hoy me corresponde ver a mi hijo.

Hay más nubes que el común de los días, santiago está especialmente ventilado y verde como nunca.

No puedo determinar el momento del día en que estoy, cuando bajo del micro, sólo atino a prender un cigarrillo y aprenderlo con la mayor de las torpezas, ya ni sé por que fumo, sólo que cuando lo hago recuerdo todo lo malo en fotogramas quemados.

Llego a la casa, tendré que saludar a la mujer que me desprecia tanto como a mis mechas, la saludo y le pregunto trivialidades, miro a franco que ya parecía hermano de sangre del nuevo perro que hay en casa.

Por lo menos sé que Franco aún me estima, aún tiene el tono inocente y es de esperar que lo pierda cuando se mezcle con los demás en esta población.

Lo tomo de la mano y caminamos al lugar rutinario de visitas, la cancha del equipo local de baby fútbol, me recrimino por nunca confesarle mi desprecio por este deporte.

Aún le cuesta hablar, tartamudea, es conversador y sociable. Pero en sus ojos se ve la tristeza que yo me he encargado de provocar.

Un buen juego, de dos. Miro mi bolsillo y salen 430 pesos, un alka, mi tarjeta Bip con algo más de 600 pesos, es un excelente saldo del día; nos podremos comprar dos jugos Konga, y dejarle todo el vuelto que para él serán valiosos igual que para mí.

Me cuenta cosas de su colegio, que a sólo unas cuadras al norte está, fumo, miro el humo, lo ignoro, escucho su voz e identifico que es igual a la mía.

Tengo ganas de volver a ser la familia que éramos.

Tengo ganas de abrazarlo, pero poca gente que nos vigila, sabe que soy su padre.

Nuestros lugares de reunión, aún en la calle.

Agosto.

Frío aún.

Siento un pito que me saca de la rutina pensante, es el carrito del maní tostado, el corre y le da algo de los escuálidos 400 pesos iniciales y vuelve feliz a nuestra cuneta habitual. Su sonrisa me desconcierta, me hace odiarme.

Eran dos bolsitas de maní, comimos lentamente grano por grano, para aplazar aún más el termino de la visita.

Sus diminutos dedos alcanzan a sacar el último grano, luego chupa el envoltorio de papel para obtener los últimos granitos y gustitos de sal como él dice.

Un concierto suena en mis oídos.

Cerca de nuestra cuneta el chocolate, su perro, hace caca.

Continua hablando y lo ignoro, aunque pongo atención cuando el lo requiere.

Toda la población lo saluda y a mi me miran con desprecio, he terminado por hacerme creer que son muestras de cariño. La gente me quiere. Es tarde, caminamos de la mano, una lágrima se deslizó con un lentitud sobre me mejilla, que me dio tiempo para secarla, pero no la detuve y se dejó caer en la cara de Franco. Con el frío el cree que es principio de lluvia.

Compuesto nuevamente entramos a casa y ella, su madre, me estira la mano.

Yo respondo.

Este mes no.!

Ella comienza blasfemar, yo miro mis zapatillas, gastadas como nuestras vidas.

Franco estirado, con el chocolate en el piso de flexi, le dice; Mami, no grites, él me dio toda la plata a mí… es rico mi papito.

Ella se ríe y espera mi respuesta, yo le digo 400 pesos y me expulsa al ante jardín.

Franco se lanza a mis brazos, le doy un beso en la mejilla que aún está salada por el maní.

Salgo de la casa y sólo atino a sacar mi último cigarro y a prenderlo con la mayor de las torpezas.